jueves, 9 de enero de 2014

El viento y el sueño

EL VIENTO Y EL SUEÑO

Tal vez tuvimos que esperarles. A veces me pregunto si hicimos lo correcto. Por aquel entonces, nuestras metas, nuestros objetivos nos abrumaban y no éramos capaces de pensar. ¿Pensar? Éramos tan jóvenes. Ahora descanso. Reflexiono sobre aquello que pudo ser y no fue. Lo cierto es que David ya no está. Es cierto que todo lo que se escribe se resume en dos aspectos: el amor y la muerte. En nuestro caso fue así. Aunque nosotros no lo separamos. Lo unimos.
Sí, es cierto. Lo que David sentía por mi amiga era pura pasión. Puro amor. Quizá por eso también fue dolor. No sé. Aquel día tal vez tuvimos que esperarles. Tú te giraste y allí estaban. A unos 300 metros. 300 metros. Parece nada. Pero lo vimos como un mundo.
Me acuerdo la última vez que me dijiste que le habías visto. Sonriente como siempre. Ilusionado, como nunca. Curiosamente os despedisteis enfrente de un Kiosko de apuestas y loterías. Tal vez es así como en ocasiones veía la vida ¿verdad? Como una lotería. Como un fugaz viento que te acaricia el rostro o como una tormenta que te apisona brutalmente.
Tal vez tuvimos que esperarle. Pero lo cierto es que David y su amiga se alejaban cada vez más. Y nosotros con ellos. David y su amiga quedaban en la distancia. 500 metros nos separaban. Una distancia ya infranqueable. Volviste a mirar una vez más. Una curva, una bajada. Ellos ya no estaban.
Recuerdo cuando te enteraste. Yo era muy joven. Tenía mucho brío. Aquella noche descansaba para la mañana siguiente volver a verte. Pero al despertar el sol, algo fue para siempre diferente. Apenas me miraste. Apenas me hablaste. Estuvimos juntos dos horas y después me dejaste. Mientras te hundías en la multitud, las campanas de la iglesia de El Escorial lloraban. Eras un chaval de 18 años. Lleno de ilusión. Como David. Pura musculatura, pura fortaleza, pura personalidad.
Todos vosotros, como David, confiasteis en nosotras para alcanzar vuestro sueño. Yo intenté aplaudir tus triunfos y animar tus fracasos. Intenté llevarte rápido. Volar como el viento. A veces lo conseguí. Muchas otras veces no fue así. Entendí tus cabreos y te agradecí tu comprensión hacía mi.
Desde que David se fue, apoyada en la pared, cada noche protegía tus sueños. Cada vez que pasábamos por donde se fue David tu corazón latía más fuerte. Sigo protegiendo tus sueños, y sigo confiando en ti. Ya apenas salimos juntos. Apenas me hablas de David. Hace mucho tiempo que se fue. Aunque tengo 20 años, me he hecho más vieja. Mis tubos ahora no son de última generación. Mis frenos están algo oxidados. No soy ligera, e incluso ahora me consideran que peso mucho. He perdido el brío que me caracterizaba, pero sé que todavía me quieres. Así me lo demuestras cada vez que nos vemos. Tus pedaladas son lentas, pero tu corazón sigue siendo fuerte y seguro. Sé que te hubiera gustado dedicar una victoria a David. Sé que te hubiera gustado ser grande por él. Así me lo hacías sentir. David está contigo. David está conmigo, porque lo suyo era pasión y amor por mi amiga.
La memoria gira en mis tubos de aluminio y en mis tornillos. Me hacen recordar cuando os juntabais los amigos después de haber salido con nosotras. Apoyadas en la pared. Un ramo de flores y algo de silencio. Querías estar junto a David. Lo mejor era cuando rememorabais vuestras batallas con nosotras. Vuestras amigas. Y ahí estaba David. Siempre dispuesto a echaros un cable.
Todo aquello ha pasado, pero nos queda lo mejor. Tu persona, su persona. El corto camino de amor y muerte que, sin esperarlo, nos unió, nos formó y nos hizo madurar. Tal vez, en aquella carrera ciclista en Valladolid tuvimos que haberles esperado. Juntos podríamos haber ido más y más rápido. Juntos podríamos haber subido las colinas y  bajarlas bailando a más de 70 km/h. Yo contigo. Tu amiga. Tal vez tuvimos que estrecharles la mano y ver que lo podían conseguir. Aquella tarde, supe que habías hablado con él. Que él estaba sentado, sin apenas hablar observaste que ese sería su último año junto a su amiga.
Y así fue. Al siguiente año, David dejó a su amiga. Eligió una nueva. Más sencilla, más pura y menos sacrificada. Una amiga con la que pudo oler el aire puro de las montañas y sentir el aire fresco de la hierba. Aquel día, David no se dio cuenta en aquel cruce, mientras salía a pasear con su amiga. No oyó el rugir rápido y mortífero de aquella moto. Su cuerpo luchó, por fuerte que era él.
Me cuentas que poco después viste a uno de sus hermanos en el autobús. No le dijiste nada. Iba cabizbajo y por eso no tuviste valor en acercarte a él para simplemente saludarle.

Ahora soy yo la que descanso. Aún así, sigo esperándote para cuando quieras. Para rodar en la carretera. Para pedalear junto a ti. Para protegerte en los descensos de las montañas. Sigo siendo tu compañera, tu amiga. Una bicicleta, que recorre a tu lado. En tus sueños, en tus descubrimientos. En tus recuerdos. Aquellos recuerdos junto a David. Amor por una bicicleta por la que pedalear, romper el viento y soñar.