jueves, 29 de marzo de 2018

Voces


Sus pasos, temerosos, apenas le dejaban andar. Su respiración, rápida, hacía que su corazón no parase de bombear el miedo por sus venas. Su arrepentimiento de entrar en aquella casa abandonada desde hacía dos años no hacían más que aparecer por su memoria, ahora confundida. Estaba sólo y quería dar marcha atrás. Creía que había encontrado la solución a aquellas extrañas voces. Pero aquel inexplicable portazo le paralizó por un instante. Se giró. Buscó una salida y halló un haz de luz. Fue hacia él y cuando parecía que iba a encontrar la salida, un fuerte golpe le tambaleó. Su cuerpo yacía sin respirar en el suelo mientras un incómodo susurro se apoderaba de él.
Tres meses después de la muerte de Christopher y después de una investigación policial por su desaparición, Robert caminaba en plena oscuridad por aquella depuradora abandonada. Su corazón bombeaba miedo mientras un haz de luz aparecía ante él. Cuando creyó que había encontrado la salida, aquellas voces se oyeron sin una explicación de su procedencia.

SMS


A las nueve, el sonido de mensaje de móvil en forma de SMS sonó en la mesilla de Eva.
“¡Te quiero!”
Al leer el mensaje Eva se extrañó, pero al rato se emocionó y contestó:
“¿En serio?”-le contestó
Cuando Gael vio la respuesta creyó que el mundo se le venía abajo. Su cabeza despistada, como siempre, le había vuelto a pasar una nueva mala jugada.
¡Vaya! –le orbitaron los ojos al ver el error que había cometido.
Gael era un chico alegre, jovial pero realmente desorganizado.
Tú no te olvidas la cabeza porque la tienes pegada –le solían decir.
Y qué razón tenían. Gael Había mandado por error un SMS a la “otra” Eva.
¿Por qué no le puse otro nombre en la lista de contactos?-se preguntó.
Su Eva de sus sueños, dormía tranquilamente mientras que la otra Eva, no podía dormir en respuesta de su mensaje.
¿Y ahora que le contesto? –se dijo mientras el tren en el que viajaba llegaba a su destino.
-¡Ups! Lo siento. Me equivoqué.

Tres amigos


Cuando tres amigos se conocen en el barrio donde viven, juegan y se divierten. Les une una gran amistad. Una amistad irrompible. Pero el tiempo pasa sin que uno se dé cuenta.
¡No quiero que pase tan deprisa!
Pero el destino parece que quiere separarles. Así fue. Así tenía que ser. Esa amistad irrompible quedó en una amistad pasajera: el trabajo, los estudios, la edad, el amor... Atrás quedaron los buenos y malos momentos. Atrás quedó esa amistad. El tiempo ha pasado.
¡No quiero que pase tan deprisa!
Apenas un “hola”, y un “¿Qué tal?”, se dicen en una rápida mirada intentando más bien ver otras cosas. Ahora cada uno busca su camino. Nuevas amistades han conocido cada uno de los tres. Raramente están juntos pasándoselo bien. Pero en su memoria estará aquel vivo recuerdo de la infancia, ya que aunque aquellos tres amigos no vuelvan a jugar, siempre les quedara el mejor y más vivo recuerdo de su infancia; despierto en su corazón, como vivo recuerdo imborrable.

Malak


-¡Deprisa! ¡Levántate!
Aquella voz, levantó a Malak. Sin saber qué hora era. Sin saber qué estaba sucediendo. Su madre la cogió, y ocultando su miedo, la colocó junto a sus hermanas en el salón de su renovada casa.
-¿Qué ocurre mamá?
No ocurre nada, Malak. Mira, vamos a hacer un juego. Vamos a hacer como si hubiera un fuego en el bloque. ¿Te acuerdas lo que tenías que hacer, verdad?
Malak no sabía qué decir. Cansada y aturdida solo quería volver a dormir.
Pero el humo comenzaba a entrar.
Malak era cogida por su madre, mientras veía que sus hermanas eran llevadas por su padre. En la oscuridad y con el humo entrando en sus pulmones, comenzaron a bajar por unas estrechas escaleras.
-¿Dónde está Malak? –preguntó Paula a su mamá mientras la fila del colegio avanzaba.
Mientras entraba a clase, observó el hueco vacío que dejó su amiga Malak y el sol brilló en Londres con la misma fuerza que lo hizo el fuego en la noche anterior.

El techo de cristal


¡Venga ya! ¿Seguro que no quieres ascender? Preguntaban y exclamaban a Juan sus compañeros de trabajo.
Juan no sabía con certeza qué responder. Su cargo era adecuado. Estaba feliz y tenía a su familia cercana. Sus últimos trabajos no habían pasado desapercibidos, y el ofrecimiento de un nuevo cargo de responsabilidad mayor había llegado hasta sus oídos.
¡Mira Juan! Con este cargo tendrás una nueva experiencia profesional que en un futuro puede abrirte nuevas puertas.
-Sí, sí. Ya sé. Pero es que tengo dos peques.
-No te preocupes Juan. Seguro que puede haber alguien que te los cuide… los abuelos.
Pero Juan sabía que esto no iba a ser posible. Su nueva posición en Londres hacía que, junto a su mujer, no tuviera a quien recurrir para buscar a los niños al colegio.
¡Juan, tenemos una familia maravillosa! – le solía decir su mujer Ana.
-Yo necesito también trabajar Juan.
El techo de cristal de Juan comenzaba a romperse y sólo él podría detener aquel avance.