jueves, 27 de septiembre de 2018

Paula

Querida Paula:
Quiero volar como tú. Quiero sentir el aire en mi cara y ser verdaderamente libre, como tú.
Poder escapar de la gravedad de esta ciudad. Darte la mano y sonreír. Dormir en el colchón de
las nubes y mirar hacia abajo mientras no siento vértigo. Sentir sólo el calor de tu mano y el
cobijo de tus brazos.
Cada vez que te miro es como mirar al cielo. Cada vez que miro al cielo es como ver tus
enormes ojos. Cada mañana, cuando tu voz me despierta diciéndome “papá” es como ver el
cielo. Cada atardecer cuando tu voz me acurruca diciéndome “te quiero” es como ver el cielo.
Cuando miro al cielo, te veo a ti, Paula. Creciendo a nuestro lado, creciendo junto a tu mamá y
tu hermano Diego.
Ahora, aquí en la ciudad, se hace de noche. Cuando miro al cielo de la noche tu voz me cobija.
“Te quiero, papá,” me dices antes de irte a dormir. “Buenas noches Paula,” digo siempre
mientras te arropo. Buenas noches, digo mientras miro al oscuro cielo de la ciudad.
Ahora, aquí en la ciudad, comienza a amanecer. Cuando miro al rosado cielo tu voz me da
energía. “Te quiero, papá,” me dices antes de ir al colegio. “Te quiero Paula,” digo mientras veo
cómo tu sonrisa ilumina el cielo.

jueves, 29 de marzo de 2018

Voces


Sus pasos, temerosos, apenas le dejaban andar. Su respiración, rápida, hacía que su corazón no parase de bombear el miedo por sus venas. Su arrepentimiento de entrar en aquella casa abandonada desde hacía dos años no hacían más que aparecer por su memoria, ahora confundida. Estaba sólo y quería dar marcha atrás. Creía que había encontrado la solución a aquellas extrañas voces. Pero aquel inexplicable portazo le paralizó por un instante. Se giró. Buscó una salida y halló un haz de luz. Fue hacia él y cuando parecía que iba a encontrar la salida, un fuerte golpe le tambaleó. Su cuerpo yacía sin respirar en el suelo mientras un incómodo susurro se apoderaba de él.
Tres meses después de la muerte de Christopher y después de una investigación policial por su desaparición, Robert caminaba en plena oscuridad por aquella depuradora abandonada. Su corazón bombeaba miedo mientras un haz de luz aparecía ante él. Cuando creyó que había encontrado la salida, aquellas voces se oyeron sin una explicación de su procedencia.

SMS


A las nueve, el sonido de mensaje de móvil en forma de SMS sonó en la mesilla de Eva.
“¡Te quiero!”
Al leer el mensaje Eva se extrañó, pero al rato se emocionó y contestó:
“¿En serio?”-le contestó
Cuando Gael vio la respuesta creyó que el mundo se le venía abajo. Su cabeza despistada, como siempre, le había vuelto a pasar una nueva mala jugada.
¡Vaya! –le orbitaron los ojos al ver el error que había cometido.
Gael era un chico alegre, jovial pero realmente desorganizado.
Tú no te olvidas la cabeza porque la tienes pegada –le solían decir.
Y qué razón tenían. Gael Había mandado por error un SMS a la “otra” Eva.
¿Por qué no le puse otro nombre en la lista de contactos?-se preguntó.
Su Eva de sus sueños, dormía tranquilamente mientras que la otra Eva, no podía dormir en respuesta de su mensaje.
¿Y ahora que le contesto? –se dijo mientras el tren en el que viajaba llegaba a su destino.
-¡Ups! Lo siento. Me equivoqué.

Tres amigos


Cuando tres amigos se conocen en el barrio donde viven, juegan y se divierten. Les une una gran amistad. Una amistad irrompible. Pero el tiempo pasa sin que uno se dé cuenta.
¡No quiero que pase tan deprisa!
Pero el destino parece que quiere separarles. Así fue. Así tenía que ser. Esa amistad irrompible quedó en una amistad pasajera: el trabajo, los estudios, la edad, el amor... Atrás quedaron los buenos y malos momentos. Atrás quedó esa amistad. El tiempo ha pasado.
¡No quiero que pase tan deprisa!
Apenas un “hola”, y un “¿Qué tal?”, se dicen en una rápida mirada intentando más bien ver otras cosas. Ahora cada uno busca su camino. Nuevas amistades han conocido cada uno de los tres. Raramente están juntos pasándoselo bien. Pero en su memoria estará aquel vivo recuerdo de la infancia, ya que aunque aquellos tres amigos no vuelvan a jugar, siempre les quedara el mejor y más vivo recuerdo de su infancia; despierto en su corazón, como vivo recuerdo imborrable.

Malak


-¡Deprisa! ¡Levántate!
Aquella voz, levantó a Malak. Sin saber qué hora era. Sin saber qué estaba sucediendo. Su madre la cogió, y ocultando su miedo, la colocó junto a sus hermanas en el salón de su renovada casa.
-¿Qué ocurre mamá?
No ocurre nada, Malak. Mira, vamos a hacer un juego. Vamos a hacer como si hubiera un fuego en el bloque. ¿Te acuerdas lo que tenías que hacer, verdad?
Malak no sabía qué decir. Cansada y aturdida solo quería volver a dormir.
Pero el humo comenzaba a entrar.
Malak era cogida por su madre, mientras veía que sus hermanas eran llevadas por su padre. En la oscuridad y con el humo entrando en sus pulmones, comenzaron a bajar por unas estrechas escaleras.
-¿Dónde está Malak? –preguntó Paula a su mamá mientras la fila del colegio avanzaba.
Mientras entraba a clase, observó el hueco vacío que dejó su amiga Malak y el sol brilló en Londres con la misma fuerza que lo hizo el fuego en la noche anterior.

El techo de cristal


¡Venga ya! ¿Seguro que no quieres ascender? Preguntaban y exclamaban a Juan sus compañeros de trabajo.
Juan no sabía con certeza qué responder. Su cargo era adecuado. Estaba feliz y tenía a su familia cercana. Sus últimos trabajos no habían pasado desapercibidos, y el ofrecimiento de un nuevo cargo de responsabilidad mayor había llegado hasta sus oídos.
¡Mira Juan! Con este cargo tendrás una nueva experiencia profesional que en un futuro puede abrirte nuevas puertas.
-Sí, sí. Ya sé. Pero es que tengo dos peques.
-No te preocupes Juan. Seguro que puede haber alguien que te los cuide… los abuelos.
Pero Juan sabía que esto no iba a ser posible. Su nueva posición en Londres hacía que, junto a su mujer, no tuviera a quien recurrir para buscar a los niños al colegio.
¡Juan, tenemos una familia maravillosa! – le solía decir su mujer Ana.
-Yo necesito también trabajar Juan.
El techo de cristal de Juan comenzaba a romperse y sólo él podría detener aquel avance.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

DEBAJO DEL TIEMPO DETENIDO



Hacía tiempo que deseaba realizar aquel viaje. Un viaje por tierras de fe y negocios. “Aprender a vivir con lo mínimo,” solía mentir a todo aquel que le preguntaba por qué lo hacía. Aquel nublado día de invierno había guiado sus emociones hasta llegar a lo que un tiempo fue su hogar. Con paso cansado miró a lo alto de la Torre del Reloj. Cogió su sombrero y se lo puso en el pecho en forma de respeto. Se santiguó y entró en aquella Torre que alcanzaba un cielo sin sol.
Sus pasos, lentos.
Su respiración, profunda.
Su corazón, aquejaba los años vividos.
Su mirada, clavada en aquel reloj sostenido en una fina varilla metálica.
Desde su perspectiva, los números romanos del reloj aparecían en sentido contrario, como queriendo retroceder en el tiempo. Sus muertas manillas, detenidas, parecían a su vez querer detener el aire frío de aquella sala. Aquel ovalado reloj le mostraba lo que él quería que hubiera pasado. Recorrer un nuevo viaje por su ya gastada vida.
"¡Volver a verte!"
"¡Sentirte otra vez!"

Enmendar sus errores de juventud y expresar a Lucía sus sentimientos reales en ese mismo lugar. Debajo del tiempo detenido que nunca volvió.