Hacía tiempo que deseaba realizar aquel viaje. Un viaje por tierras de fe y
negocios. “Aprender a vivir con lo mínimo,” solía mentir a todo aquel que le
preguntaba por qué lo hacía. Aquel nublado día de invierno había guiado sus
emociones hasta llegar a lo que un tiempo fue su hogar. Con paso cansado miró a
lo alto de la Torre del Reloj. Cogió su sombrero y se lo puso en el pecho en
forma de respeto. Se santiguó y entró en aquella Torre que alcanzaba un cielo
sin sol.
Sus pasos, lentos.
Su respiración, profunda.
Su corazón, aquejaba los años vividos.
Su mirada, clavada en aquel reloj sostenido en una fina varilla metálica.
Desde su perspectiva, los números romanos del reloj aparecían en sentido
contrario, como queriendo retroceder en el tiempo. Sus muertas manillas,
detenidas, parecían a su vez querer detener el aire frío de aquella sala. Aquel
ovalado reloj le mostraba lo que él quería que hubiera pasado. Recorrer un
nuevo viaje por su ya gastada vida.
"¡Volver a verte!"
"¡Sentirte otra vez!"
Enmendar sus errores de juventud y expresar a Lucía sus sentimientos reales
en ese mismo lugar. Debajo del tiempo detenido que nunca volvió.