No hay nada mejor que un buen desayuno al
levantarse. O al menos eso decía mi madre.
-Un
buen tazón de leche, cereales, un zumo de naranja recién exprimido y sobre
todo, tus magdalenas de chocolate.
En 1984, con apenas 8 años, aquella
mezcla de sabores inundaba mis amaneceres dándome los buenos días en una casa cargada
de humildad, ilusión y optimismo. Con mi mochila en la espalda y ya enfrente de
la puerta del colegio daba un beso de despedida a mi madre y me adentraba en aquellos
mundos mágicos.
Por la tarde, en casa, mientras merendaba junto
a mi madre, encendía la televisión y Barrio Sésamo comenzaba a proteger mis
oídos y a conquistar mi corazón.
-
¿Qué tal hoy?
–me preguntó mi madre.
-
¡Muy bien! Hoy
no tengo muchos deberes –musitaba intentando no perderme aquel capítulo de Espinete.
Mientras
hablábamos, mis pupilas jugaban al tenis entre la televisión y ella. Mis
incisivos cortaban el pan y el salchichón, mis molares jugaban con ellos
triturándolos y mi garganta engullía el zumo de naranja. Sin darme casi cuenta,
en la calle el viento comenzaba a soplar haciendo que las hojas de los árboles
volaran.
Así cada amanecer y atardecer yo comenzaba a
volar con él. Como subido en una hoja, el viento sopló y se llevaba el tiempo.
Como subido en una hoja, el viento soplaba y yo con él, crecí…
Veinte años después, con
una contrarreloj por equipos, comenzaba en Gijón la Vuelta Ciclista a España y
como cada año, se reunían ciento ochenta corredores procedentes de toda Europa.
Aquella tarde, el cielo desteñía añil y el horizonte comenzaba a llorar
alegría. El reloj marca las cuatro y media los corredores del equipo
Relax-Fuenlabrada se disponían a dar sus primeras pedaladas; se colocaban
dispuestos a conquistar el viento. Aquel que tantas cosas los ha robado.
En ese equipo, uno de sus
corredores iba a ver cumplido uno de sus sueños:
<<participar en la Vuelta>>. Aquel corredor había trabajado duro
para poder estar allí. Su camino no había sido fácil, aunque en el fondo sabía
que había merecido la pena. Con el corazón dispuesto a desplegar su fuerza oía
como el reloj expiraba su propia cuenta
atrás.
-5, 4, 3, 2 1 ¡inicio! -esbozó
el juez árbitro.
Mientras el reloj moría
en segundos, cientos de recuerdos invadieron al corredor durante unos instantes…
Es verano del 84, mi cumpleaños, y una pulida
caja de madera, del tamaño de una de zapatos, con bisagras ornamentadas penetra
en mis ojos. Tiene un tono beige oscuro, brillante, y las vetas bien visibles.
En la tapa hay una ardilla taraceada.
-Guarda en esta caja
lo que algún día te gustaría sembrar, y recuerda que cada semilla es una rica
promesa pues lleva dentro de sí un mundo entero–pronunciaron sabias las palabras
de su abuelo.
Relax-Fuenlabrada era el segundo equipo en salir y TVE comenzaba a retransmitir la etapa.
Toda la ilusión en tantos años de trabajo se veía recompensada. El simple hecho
de estar allí lo motivaba para seguir muchos años más como ciclista... o eso
creía.
Ya en carrera, el nódulo
sinoauricular transmitía el impulso nervioso a través del Haz de His haciendo
que el corazón bombeara a más de 180 pulsaciones. La velocidad iba aumentando.
La lluvia empezaba a hacerlos compañía en su recorrer y el trazado se hacía
cada vez más sinuoso. Curva a la izquierda, el cuentakilómetros marca 60
k/h…demasiada velocidad para aquella angosta curva. Al salir disparado hacia
delante, como si de una catapulta se tratara, su cuerpo choca duramente contra
un frío y húmedo asfalto asturiano. Así, magullado y dolorido espera la ayuda
de los auxiliares. El tiempo parece detenerse y los recuerdos florecen.
Navego en mares
tranquilos de juegos en mi barrio, en mi calle, en el patio de mi escuela. Mi
barco pirata despliega sus frondosas y elegantes velas en multitud de profundos
océanos de deportes, de anchos mares de juegos junto a mis amigos. El fin se
antoja sencillo y útil: disparar con cañones hacia una isla llamada Diversión.
Durante el viaje, miro
por la ventanilla y al instante noto una emoción que me es familiar. El mar ha
dejado paso a las montañas. En la cima de una colina, dominada por una casa de
color blanco, puedo sentir aquel cobijo de unos padres educándome, distinguir
el amanecer de aquellas verdosas mañanas de verano y otear las azules tardes de
invierno. Aquellas luces tenues y rojizas me traen el olor y el sabor, mientras
en la calle el viento arrecia fuerte.
Cierro la escotilla y mi
mirada desaparece en la hontananza de aquel océano. Aquellas profundas y
cristalinas aguas ondulan suavemente y se me manifiestan como coyunturas gratificantes
y enriquecedoras. Mientras mi mente se sumerge, Diversión se comienza a
divisar. En su aproximación, empiezan a resurgir diferentes islas. Islas de
incalculable valor. Islas llamadas Cooperación y Superación.
Mi navío pirata echa el ancla. He llegado.
Desciendo de la embarcación. La arena genera tal cantidad de interacciones
personales que la brisa me parece fortalecer mi persona y mi sonrisa esboza una
alegre mirada. Diversión me muestra su sabiduría y me inundo de ella...
...Pero, al momento, el
viento sopla fuerte, el mar se agita, la lluvia no me deja ver. Algo sucede.
Las oscuras tormentas
escrutan hacia Diversión. Pausado, a los pies de una hoguera, observo el
aplastante océano. Sus cristalinas aguas se han convertido en aguas profundas,
oscuras y agitadas. Diversión parece estar amenazada. Abro el calidoscopio para
ver nuevos navíos queriendo arribar en la isla. Pero... "están desviando
su latitud", no distinguen los
islotes Cooperación y Superación".
La lluvia comienza a caer
salvajemente. Algunos de los navíos retroceden en su intento y abordan islas
anexas a Diversión. Islas como Victoria y Resultado. Islas diferentes a
Diversión. El tiempo pasa y en su discurrir atrapa al reloj de arena. Mi
latitud se detiene en Diversión, pero su sabiduría me conduce hacia Cooperación
y Superación. Ellas me enseñan el nuevo camino a realizar. Camino que me
conduce hacia otras islas llamadas Trabajo.
Al pasar la línea de meta
una chica con mirada dulce y verdosa lo espera.
-¿Qué ha pasado? –se pregunta para intentar
disimular su esperanza.
Los segundos, los minutos
parecen que se han olvidado de avanzar. El locutor no dice nada y la angustia
toma el control.
-Si estoy aquí es porque
he luchado por ello. Ya sabes -retumban aquellas palabras que cierto día aquel
corredor la dijo.
El equipo ha llegado ya pero él no aparece.
Diez minutos después aquel corredor, magullado y sin apenas apoyar las manos
sobre el manillar entra racaneante en meta. Sus ojos inyectados en impotencia
buscan apoyo. El corredor se detiene pero el dolor le hace sentir que no puede
tener ese momento de descanso a su lado. No puede detenerse por aquellas
entrañables tierras de recuerdos.. Es ella quién corriendo a su lado hasta
donde puede lo ve desaparecer por las calles de Gijón.
Ya en el coche del equipo,
el corredor se derrumba. No puede apenas caminar.
-¡No os preocupéis, estoy bien! -susurran
sus labios por el móvil en un intento de no preocupar a su familia por la
noticias que los pudieran llegar de la televisión.
El reloj avanza y sin
apenas poder moverse, el corredor oye el cantar de las sirenas de la ambulancia
dirección al hospital de Gijón. Dos horas después, se oye el expirar de la
lluvia. Las oscuras tormentas se disuelven dejando un húmedo vapor en el seco aire.
Su bravía furia, está dejando paso a un mojado y tenue cosquilleo que golpea en
la rojiza teja del techo del hospital. La espera se está haciendo larga.
-Puedes volver a correr
mañana. No tienes nada roto, pero la caída ha sido muy fuerte y dudo mucho que
puedas terminar –de manera fría y seca aquellas
palabras del doctor volatilizaban sus sueños.
Otoño del 94, la luna se forja en una dura
batalla con el desteñido cielo. La batalla manifiesta al ganador, el cual deja
paso a un lienzo violeta celestial dormitado y perezoso. Durante ese contraste
de luces, los colores más intensos de la caja aparecían aposentados en la
ardilla taraceada en la tapa.
“Guarda en ella lo que algún día te gustaría
sembrar”.
Con 18 años, mis ojos brillan y mis
manos tiemblan. Un último vistazo y cierro la caja con una carta en su interior
titulada “Recuerdos inolvidables” en el agradecimiento a mis amigos, a mis
padres y a mis maestros por todos esos viajes por el mar de la educación, el
juego, el deporte y la diversión.
El 29 de septiembre del 2003 la Vuelta a España terminó. Ganó Roberto
Heras y magullado por aquella caída, aquel corredor consiguió acabarla.
Pudo acabar con los 3250 kms, apenas
pedaleando con una pierna. Recorrió cada
escondite de la península ibérica. Igual que cuando era niño, igual que cuando
escribió “Recuerdos inolvidables”. Aunque fuera el último, el farolillo rojo, aunque
el viento soplará fuerte; mereció la pena…
Ya en casa, el sol emitía su último rayo verde. Durante aquel período,
en la reflexión, pude comprender que todo tiene un porqué. Abrí la ventana y
escuché al viento ulular. Supe que ya no debía luchar contra él, tan sólo
escucharlo.
“Guarda
en ella lo que algún día te gustaría sembrar” –susurró.
Guau. Me ha gustado mucho tu historia. Es genial. Muy interesante
ResponderEliminar¡Gracias! ;)
Eliminar