lunes, 18 de noviembre de 2013

Lo que el viento me dejó




No hay nada mejor que un buen desayuno al levantarse. O al menos eso decía mi madre.
-Un buen tazón de leche, cereales, un zumo de naranja recién exprimido y sobre todo, tus magdalenas de chocolate.

En 1984, con apenas 8 años, aquella mezcla de sabores inundaba mis amaneceres dándome los buenos días en una casa cargada de humildad, ilusión y optimismo. Con mi mochila en la espalda y ya enfrente de la puerta del colegio daba un beso de despedida a mi madre y me adentraba en aquellos mundos mágicos.
Por la tarde, en casa, mientras merendaba junto a mi madre, encendía la televisión y Barrio Sésamo comenzaba a proteger mis oídos y a conquistar mi corazón.
-       ¿Qué tal hoy? –me preguntó mi madre.
-       ¡Muy bien! Hoy no tengo muchos deberes –musitaba intentando no perderme aquel capítulo de Espinete.
Mientras hablábamos, mis pupilas jugaban al tenis entre la televisión y ella. Mis incisivos cortaban el pan y el salchichón, mis molares jugaban con ellos triturándolos y mi garganta engullía el zumo de naranja. Sin darme casi cuenta, en la calle el viento comenzaba a soplar haciendo que las hojas de los árboles volaran.
Así cada amanecer y atardecer yo comenzaba a volar con él. Como subido en una hoja, el viento sopló y se llevaba el tiempo. Como subido en una hoja, el viento soplaba y yo con él, crecí…

Veinte años después, con una contrarreloj por equipos, comenzaba en Gijón la Vuelta Ciclista a España y como cada año, se reunían ciento ochenta corredores procedentes de toda Europa. Aquella tarde, el cielo desteñía añil y el horizonte comenzaba a llorar alegría. El reloj marca las cuatro y media los corredores del equipo Relax-Fuenlabrada se disponían a dar sus primeras pedaladas; se colocaban dispuestos a conquistar el viento. Aquel que tantas cosas los ha robado.
En ese equipo, uno de sus corredores  iba a  ver cumplido uno de sus sueños: <<participar en la Vuelta>>. Aquel corredor había trabajado duro para poder estar allí. Su camino no había sido fácil, aunque en el fondo sabía que había merecido la pena. Con el corazón dispuesto a desplegar su fuerza oía como el reloj expiraba su  propia cuenta atrás.
-5, 4, 3, 2 1 ¡inicio! -esbozó el juez árbitro.
Mientras el reloj moría en segundos, cientos de recuerdos invadieron al corredor durante unos instantes…
Es verano del 84, mi cumpleaños, y una pulida caja de madera, del tamaño de una de zapatos, con bisagras ornamentadas penetra en mis ojos. Tiene un tono beige oscuro, brillante, y las vetas bien visibles. En la tapa hay una ardilla taraceada.
-Guarda en esta caja lo que algún día te gustaría sembrar, y recuerda que cada semilla es una rica promesa pues lleva dentro de sí un mundo entero–pronunciaron sabias las palabras de su abuelo.

     Relax-Fuenlabrada era el segundo equipo en salir y TVE comenzaba a retransmitir la etapa. Toda la ilusión en tantos años de trabajo se veía recompensada. El simple hecho de estar allí lo motivaba para seguir muchos años más como ciclista... o eso creía.
Ya en carrera, el nódulo sinoauricular transmitía el impulso nervioso a través del Haz de His haciendo que el corazón bombeara a más de 180 pulsaciones. La velocidad iba aumentando. La lluvia empezaba a hacerlos compañía en su recorrer y el trazado se hacía cada vez más sinuoso. Curva a la izquierda, el cuentakilómetros marca 60 k/h…demasiada velocidad para aquella angosta curva. Al salir disparado hacia delante, como si de una catapulta se tratara, su cuerpo choca duramente contra un frío y húmedo asfalto asturiano. Así, magullado y dolorido espera la ayuda de los auxiliares. El tiempo parece detenerse y los recuerdos florecen.

Navego en mares tranquilos de juegos en mi barrio, en mi calle, en el patio de mi escuela. Mi barco pirata despliega sus frondosas y elegantes velas en multitud de profundos océanos de deportes, de anchos mares de juegos junto a mis amigos. El fin se antoja sencillo y útil: disparar con cañones hacia una isla llamada Diversión.
Durante el viaje, miro por la ventanilla y al instante noto una emoción que me es familiar. El mar ha dejado paso a las montañas. En la cima de una colina, dominada por una casa de color blanco, puedo sentir aquel cobijo de unos padres educándome, distinguir el amanecer de aquellas verdosas mañanas de verano y otear las azules tardes de invierno. Aquellas luces tenues y rojizas me traen el olor y el sabor, mientras en la calle el viento arrecia fuerte.
Cierro la escotilla y mi mirada desaparece en la hontananza de aquel océano. Aquellas profundas y cristalinas aguas ondulan suavemente y se me manifiestan como coyunturas gratificantes y enriquecedoras. Mientras mi mente se sumerge, Diversión se comienza a divisar. En su aproximación, empiezan a resurgir diferentes islas. Islas de incalculable valor. Islas llamadas Cooperación y Superación.
 Mi navío pirata echa el ancla. He llegado. Desciendo de la embarcación. La arena genera tal cantidad de interacciones personales que la brisa me parece fortalecer mi persona y mi sonrisa esboza una alegre mirada. Diversión me muestra su sabiduría y me inundo de ella...
...Pero, al momento, el viento sopla fuerte, el mar se agita, la lluvia no me deja ver. Algo sucede.
Las oscuras tormentas escrutan hacia Diversión. Pausado, a los pies de una hoguera, observo el aplastante océano. Sus cristalinas aguas se han convertido en aguas profundas, oscuras y agitadas. Diversión parece estar amenazada. Abro el calidoscopio para ver nuevos navíos queriendo arribar en la isla. Pero... "están desviando su latitud",  no distinguen los islotes Cooperación y Superación".
La lluvia comienza a caer salvajemente. Algunos de los navíos retroceden en su intento y abordan islas anexas a Diversión. Islas como Victoria y Resultado. Islas diferentes a Diversión. El tiempo pasa y en su discurrir atrapa al reloj de arena. Mi latitud se detiene en Diversión, pero su sabiduría me conduce hacia Cooperación y Superación. Ellas me enseñan el nuevo camino a realizar. Camino que me conduce hacia otras islas llamadas Trabajo.

Al pasar la línea de meta una chica con mirada dulce y verdosa lo espera.
 -¿Qué ha pasado? –se pregunta para intentar disimular su esperanza.
Los segundos, los minutos parecen que se han olvidado de avanzar. El locutor no dice nada y la angustia toma el control.
-Si estoy aquí es porque he luchado por ello. Ya sabes -retumban aquellas palabras que cierto día aquel corredor la dijo.

 El equipo ha llegado ya pero él no aparece. Diez minutos después aquel corredor, magullado y sin apenas apoyar las manos sobre el manillar entra racaneante en meta. Sus ojos inyectados en impotencia buscan apoyo. El corredor se detiene pero el dolor le hace sentir que no puede tener ese momento de descanso a su lado. No puede detenerse por aquellas entrañables tierras de recuerdos.. Es ella quién corriendo a su lado hasta donde puede lo ve desaparecer por las calles de Gijón.
Ya en el coche del equipo, el corredor se derrumba. No puede apenas caminar.    
     -¡No os preocupéis, estoy bien! -susurran sus labios por el móvil en un intento de no preocupar a su familia por la noticias que los pudieran llegar de la televisión.
El reloj avanza y sin apenas poder moverse, el corredor oye el cantar de las sirenas de la ambulancia dirección al hospital de Gijón. Dos horas después, se oye el expirar de la lluvia. Las oscuras tormentas se disuelven dejando un húmedo vapor en el seco aire. Su bravía furia, está dejando paso a un mojado y tenue cosquilleo que golpea en la rojiza teja del techo del hospital. La espera se está haciendo larga.
-Puedes volver a correr mañana. No tienes nada roto, pero la caída ha sido muy fuerte y dudo mucho que puedas terminar –de manera fría y seca aquellas  palabras del doctor volatilizaban sus sueños.

Otoño del 94, la luna se forja en una dura batalla con el desteñido cielo. La batalla manifiesta al ganador, el cual deja paso a un lienzo violeta celestial dormitado y perezoso. Durante ese contraste de luces, los colores más intensos de la caja aparecían aposentados en la ardilla taraceada en la tapa.
“Guarda en ella lo que algún día te gustaría sembrar”.
         Con 18 años, mis ojos brillan y mis manos tiemblan. Un último vistazo y cierro la caja con una carta en su interior titulada “Recuerdos inolvidables” en el agradecimiento a mis amigos, a mis padres y a mis maestros por todos esos viajes por el mar de la educación, el juego, el deporte y la diversión.

El 29 de septiembre del 2003 la Vuelta a España terminó. Ganó Roberto Heras y magullado por aquella caída, aquel corredor consiguió acabarla. Pudo  acabar con los 3250 kms, apenas pedaleando con una pierna. Recorrió  cada escondite de la península ibérica. Igual que cuando era niño, igual que cuando escribió “Recuerdos inolvidables”. Aunque fuera el último, el farolillo rojo, aunque el viento soplará fuerte; mereció la pena…

Ya en casa, el sol emitía su último rayo verde. Durante aquel período, en la reflexión, pude comprender que todo tiene un porqué. Abrí la ventana y escuché al viento ulular. Supe que ya no debía luchar contra él, tan sólo escucharlo.

“Guarda en ella lo que algún día te gustaría sembrar” –susurró.

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