Querida Paula:
Quiero volar como tú. Quiero sentir el aire en mi cara y ser verdaderamente libre, como tú.
Poder escapar de la gravedad de esta ciudad. Darte la mano y sonreír. Dormir en el colchón de
las nubes y mirar hacia abajo mientras no siento vértigo. Sentir sólo el calor de tu mano y el
cobijo de tus brazos.
Cada vez que te miro es como mirar al cielo. Cada vez que miro al cielo es como ver tus
enormes ojos. Cada mañana, cuando tu voz me despierta diciéndome “papá” es como ver el
cielo. Cada atardecer cuando tu voz me acurruca diciéndome “te quiero” es como ver el cielo.
Cuando miro al cielo, te veo a ti, Paula. Creciendo a nuestro lado, creciendo junto a tu mamá y
tu hermano Diego.
Ahora, aquí en la ciudad, se hace de noche. Cuando miro al cielo de la noche tu voz me cobija.
“Te quiero, papá,” me dices antes de irte a dormir. “Buenas noches Paula,” digo siempre
mientras te arropo. Buenas noches, digo mientras miro al oscuro cielo de la ciudad.
Ahora, aquí en la ciudad, comienza a amanecer. Cuando miro al rosado cielo tu voz me da
energía. “Te quiero, papá,” me dices antes de ir al colegio. “Te quiero Paula,” digo mientras veo
cómo tu sonrisa ilumina el cielo.
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jueves, 27 de septiembre de 2018
jueves, 29 de marzo de 2018
Voces
Sus pasos,
temerosos, apenas le dejaban andar. Su respiración, rápida, hacía que su
corazón no parase de bombear el miedo por sus venas. Su arrepentimiento de
entrar en aquella casa abandonada desde hacía dos años no hacían más que
aparecer por su memoria, ahora confundida. Estaba sólo y quería dar marcha
atrás. Creía que había encontrado la solución a aquellas extrañas voces. Pero
aquel inexplicable portazo le paralizó por un instante. Se giró. Buscó una
salida y halló un haz de luz. Fue hacia él y cuando parecía que iba a encontrar
la salida, un fuerte golpe le tambaleó. Su cuerpo yacía sin respirar en el
suelo mientras un incómodo susurro se apoderaba de él.
Tres meses
después de la muerte de Christopher y después de una investigación policial por
su desaparición, Robert caminaba en plena oscuridad por aquella depuradora
abandonada. Su corazón bombeaba miedo mientras un haz de luz aparecía ante él.
Cuando creyó que había encontrado la salida, aquellas voces se oyeron sin una
explicación de su procedencia.
SMS
A las nueve, el
sonido de mensaje de móvil en forma de SMS sonó en la mesilla de Eva.
“¡Te quiero!”
Al leer el
mensaje Eva se extrañó, pero al rato se emocionó y contestó:
“¿En serio?”-le
contestó
Cuando Gael vio
la respuesta creyó que el mundo se le venía abajo. Su cabeza despistada, como
siempre, le había vuelto a pasar una nueva mala jugada.
¡Vaya! –le
orbitaron los ojos al ver el error que había cometido.
Gael era un chico
alegre, jovial pero realmente desorganizado.
Tú no te olvidas
la cabeza porque la tienes pegada –le solían decir.
Y qué razón
tenían. Gael Había mandado por error un SMS a la “otra” Eva.
¿Por qué no le
puse otro nombre en la lista de contactos?-se preguntó.
Su Eva de sus
sueños, dormía tranquilamente mientras que la otra Eva, no podía dormir en
respuesta de su mensaje.
¿Y ahora que le
contesto? –se dijo mientras el tren en el que viajaba llegaba a su destino.
-¡Ups! Lo siento.
Me equivoqué.
Tres amigos
Cuando tres
amigos se conocen en el barrio donde viven, juegan y se divierten. Les une una
gran amistad. Una amistad irrompible. Pero el tiempo pasa sin que uno se dé
cuenta.
¡No quiero que
pase tan deprisa!
Pero el destino
parece que quiere separarles. Así fue. Así tenía que ser. Esa amistad
irrompible quedó en una amistad pasajera: el trabajo, los estudios, la edad, el
amor... Atrás quedaron los buenos y malos momentos. Atrás quedó esa amistad. El
tiempo ha pasado.
¡No quiero que
pase tan deprisa!
Apenas un “hola”,
y un “¿Qué tal?”, se dicen en una rápida mirada intentando más bien ver otras
cosas. Ahora cada uno busca su camino. Nuevas amistades han conocido cada uno
de los tres. Raramente están juntos pasándoselo bien. Pero en su memoria estará
aquel vivo recuerdo de la infancia, ya que aunque aquellos tres amigos no
vuelvan a jugar, siempre les quedara el mejor y más vivo recuerdo de su
infancia; despierto en su corazón, como vivo recuerdo imborrable.
Malak
-¡Deprisa!
¡Levántate!
Aquella voz,
levantó a Malak. Sin saber qué hora era. Sin saber qué estaba sucediendo. Su
madre la cogió, y ocultando su miedo, la colocó junto a sus hermanas en el
salón de su renovada casa.
-¿Qué ocurre
mamá?
No ocurre nada,
Malak. Mira, vamos a hacer un juego. Vamos a hacer como si hubiera un fuego en
el bloque. ¿Te acuerdas lo que tenías que hacer, verdad?
Malak no sabía
qué decir. Cansada y aturdida solo quería volver a dormir.
Pero el humo
comenzaba a entrar.
Malak era cogida
por su madre, mientras veía que sus hermanas eran llevadas por su padre. En la
oscuridad y con el humo entrando en sus pulmones, comenzaron a bajar por unas
estrechas escaleras.
-¿Dónde está
Malak? –preguntó Paula a su mamá mientras la fila del colegio avanzaba.
Mientras entraba
a clase, observó el hueco vacío que dejó su amiga Malak y el sol brilló en
Londres con la misma fuerza que lo hizo el fuego en la noche anterior.
El techo de cristal
¡Venga ya!
¿Seguro que no quieres ascender? Preguntaban y exclamaban a Juan sus compañeros
de trabajo.
Juan no sabía con
certeza qué responder. Su cargo era adecuado. Estaba feliz y tenía a su familia
cercana. Sus últimos trabajos no habían pasado desapercibidos, y el
ofrecimiento de un nuevo cargo de responsabilidad mayor había llegado hasta sus
oídos.
¡Mira Juan! Con
este cargo tendrás una nueva experiencia profesional que en un futuro puede
abrirte nuevas puertas.
-Sí, sí. Ya sé.
Pero es que tengo dos peques.
-No te preocupes
Juan. Seguro que puede haber alguien que te los cuide… los abuelos.
Pero Juan sabía
que esto no iba a ser posible. Su nueva posición en Londres hacía que, junto a
su mujer, no tuviera a quien recurrir para buscar a los niños al colegio.
¡Juan, tenemos
una familia maravillosa! – le solía decir su mujer Ana.
-Yo necesito
también trabajar Juan.
El techo de
cristal de Juan comenzaba a romperse y sólo él podría detener aquel avance.
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